04 noviembre, 2010

21 octubre, 2010

La astucia del vacío, por Jesús Aguado

El dilluns passat vaig entrar a La Central del carrer Mallorca. No tenia intenció de comprar cap llibre, però tafanejant per allà al mig vaig arribar a un llibre que va acabar acaparant tota la meva atenció. Coberta negra i brillant, el títol en vermell i just a sota les primeres frases amb que comença el llibre: 


"Mañana corta mi cabeza y tírasela por el balcón a las ratas. Verás cómo mastican mis ojos, cómo arrancan a dentelladas mi lengua, cómo se abren paso a través de mis fosas nasales y se disputan a mordiscos mis sesos. Su bullir laborioso y desordenado (...)"

El vaig agafar entre les meves mans i no vaig poder reprimir les ganes de veure com acabava el paràgraf:

"(...) atraerá a los chuchos, a los monos, a los buitres que sobrevuelan las orillas del Ganges, a cientos de insectos y de ranas. Entre todos no dejarán nada de mi cabeza. Cuando lo comprendas, vuelve a entrar en la habitación y ámame: sólo entonces podré corresponderte."

Guau, vaig pensar. En qualsevol pàgina que començava a llegir trobava alguna cosa que m'agradava, que m'atrapava i que feia que les meves mans no poguessin deixar anar aquest llibre que ara està a sobre del meu escriptori. El llibre està format per quaderns que el seu autor va anar omplint al llarg de vint anys a la ciutat de Benarés; uns cuaderns que han anat acumulant pensaments, aforismes, reflexions, contes, somnis,... Tot junt, tot barrejat, però tot amb la seva lògica. Una lògica que ara em tocarà descobrir.

13 octubre, 2010

GAME OVER (primera parte)

Encounter, por Escher

  Después de lo que a ella le había parecido un plácido descanso, abrió los ojos sobresaltada. "GAME OVER"... "GAME OVER"... Se había despertado justo después de leer estas palabras en su sueño. Era extraño... ¿qué era lo que se había acabado? Se estiró boca arriba en la cama y volvió a cerrar los ojos con la esperanza de intentar recordar lo que su mente intentaba decirle; empezó por el final. "GAME OVER"... Estas palabras no la abandonaban, ahora sólo faltaba el resto, y las imágenes no tardaron en llegar. Al principio todo se mezclaba, visiones borrosas y confusas y sin ningún orden o sentido aparente se le presentaban ante sus párpados cerrados; hasta que empezaron a cobrar la secuencia adecuada.

     Todo empezaba en un bosque en el que animales inofensivos corrían por entre las pequeñas flores blancas, amarillas y azules del subsuelo. Ella recordaba ahora esta escena claramente, una imagen que transmitía paz, aunque no pudiera llegar a ver el cielo por culpa del espeso follaje; también recordaba caminar por entre los árboles, absorta en los animales y la vegetación. Hasta que se encontró con una gran puerta de madera y hierro. Esta puerta, sin que fuera abierta en ningún momento, la engulló sin previo aviso, la atrajo sin remedio al interior de la montaña que se levantaba en medio de aquel bosque; ahora la situación era bien distinta... La paz, la luz y la tranquilidad se esfumaron de un plumazo y la vuelta atrás no era posible, esa puerta solamente era de entrada. Ahora, estirada sobre la cama, podía recordar esos momentos de estupefacción, ¿y ahora qué? se preguntaba dentro del túnel en el que La Puerta la había metido; y de repente una voz empezó a dictarle las reglas del juego.

  "Tienes que atravesar el laberinto sin que ellos te atrapen". Y al oír la palabra ellos pudo sentir a esos seres horribles de los que debía escapar, unos seres incorpóreos y maléficos que no dudarían en aprovechar cualquier oportunidad para atraparla, y si eso ocurría no iban a tener piedad de ella. Estas eran las únicas condiciones: ser capaz de salir de aquel supuesto laberinto y no dejar que la atrapasen... En ese momento no se lo tomó demasiado en serio y empezó a andar por aquel túnel que, a cada paso que daba, se iba estrechando más y más hasta llegar a la "Habitación Infinita". 

  "Una de las figuras es la salida -dijo la voz que dictaba las reglas- encuéntrala. Si puedes." Miró a su alrededor. La habitación era una habitación, si, pero al mismo tiempo no lo era. Intentó dar una descripción lógica a lo que allí dentro había, pero como a menudo ocurre en los sueños, esto fue imposible. Realmente no tenía sentido, aunque a la vez sí que lo tenía porque -aunque solamente existiera en su mente- había estado en ella y había logrado salir con relativa facilidad. Las paredes, o el fondo, o lo que fuera era blanco, y dentro -o fuera- de este blanco infinidad de figuras se movían y fluctuaban libremente. Las había de todos los colores -el único atributo en ellas inmutable- y a cada milímetro que se movían su forma cambiaba, se adaptaba al nuevo lugar que ocupaban en el espacio. Ahora recordaba claramente esos momentos, había sido realmente hermoso... todos esos colores, esas formas, y ella flotando entre ellas, sintiéndolas cerca y lejos a la vez; hasta que de repente, sin saber porqué, supo que había encontrado la salida. Y como si hubiese estado ya antes en aquella sala se dirigió derecha a la única figura estática que existía en medio de aquella infinidad, la figura roja del fondo, la única adherida a una pared de "verdad", la que le permitió salir y seguir avanzando.

  A partir de este punto las imágenes se volvieron borrosas y confusas de nuevo. Se recostó de lado en la cama y cerró los ojos con más fuerza. ¿Qué venía después? Y aunque sabía que en su sueño las salas que había recorrido aquella noche eran numerosas, tan sólo pudo recordar las dos ultimas estancias. Si bien ahora que estaba despierta no las podía recordar todas, una cosa la tenia clara: la luz iba menguando a medida que iba avanzando.

  La segunda habitación que su memoria logró recuperar parecía una mazmorra fría, sucia y húmeda, como las de los castillos medievales. Una tenue luz permitía ver las paredes de piedra recubiertas de telarañas centenarias que generaciones y generaciones de arañas habían tejido en aquel lugar. En el aire, flotando, una multitud de llaves de todos los tamaños transitaban con tranquilidad unas encima de las otras, y tan sólo cuando ella empezó a entender que debía encontrar una única llave que le permitiría avanzar hasta el final, esos malditos objetos metálicos no empezaron a moverse con más furia. Ella recordaba el desconcierto con el que las miraba, a la vez que maldecía a la voz que le había estado indicando en cada nuevo reto y que ahora parecía haberla abandonado; por fortuna, aún así, sabía lo que debía hacer, y el ajetreo que ahora se levantaba a su alrededor se lo confirmaba. Intentó encontrar alguna llave que fuera distinta de las demás, alguna que tuviera alguna cosa que le indicara que era aquella la que debía llevarse consigo y no cualquier otra, pero todas, aunque de distinto tamaño, eran iguales, ninguna tenía nada de especial. Avanzó entre ellas, mirando en todas direcciones, recorriendo todos los recovecos. De repente lo comprendió todo; no tenía que buscar una llave voladora, lo que tenía que buscar era una llave, una simple llave, la llave que ahora mismo tenía delante de sus narices y que la esperaba tranquilamente reposando encima de un pequeño montón de piedras. Fue hacia ella, la cogió y se la metió en el bolsillo justo en el momento en el que las llaves voladoras empezaron a moverse con con mucha más violencia, chocando unas con otras sin ningún sentido aparente. Ella avanzaba pegada a la pared, intentando llegar al agujero por el que había entrado y sin poder dejar de mirar aquel espectáculo que tenía lugar a tan sólo unos centímetros de su cabeza, cuando sintió la presencia de esos seres que la perseguían y de los que hasta ese momento se había olvidado por completo. Sintió una punzada en su estómago. Tenía que darse prisa. Estaban cerca.

  Pero esa punzada en el estómago no fue nada comparado con lo que sintió en la última sala. La oscuridad reinaba en ese lugar, y la intuición que había sustituido a la voz que le daba instrucciones al principio, le dijo que se encontraba en un laberinto. Aquí la desesperación y desamparo empezaron a apoderarse de ella y su instinto también pareció abandonarla. Un laberinto dentro de un laberinto, y encima no había luz que le pudiera facilitar las cosas... Avanzó un paso, dos, sus perseguidores estaban cerca, dio otro paso pero al cuarto dudó y se echó para atrás, justo en el momento en que se dejaba atrapar, justo en el momento en que las palabras con las que se había despertado volvían a aparecer y cobraban sentido. "GAME OVER". El juego se había terminado, de momento, había perdido, sólo de momento...

01 junio, 2010

EL GOLEM, de Jorge Luís Borges


Si (como el griego afirma en el Cratilo)

El nombre es arquetipo de la cosa,

En las letras de rosa está la rosa
Y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Y, hecho de consonantes y vocales,
Habrá un terrible Nombre, que la esencia
Cifre de Dios y que la Omnipotencia
Guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
En el Jardín. La herrumbre del pecado
(Dicen los cabalistas) lo ha borrado
Y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
No tienen fin. Sabemos que hubo un día
En que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
En las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
Sombra insinúan en la vaga historia,
Aún está verde y viva la memoria
De Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
Y al fin pronunció el Nombre que es la Clave.

La Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
Sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
De las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
Párpados y vio formas y colores
Que no entendió, perdidos en rumores
Y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
Aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
A la vasta criatura apodó Golem;
Estas verdades las refiere Scholem
En un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
"Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga."
Y logró, al cabo de años, que el perverso
Barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
O en la articulación del Sacro Nombre;
A pesar de tan alta hechicería,
No aprendió a hablar el aprendiz de hombre,

Sus ojos, menos de hombre que de perro
Y harto menos de perro que de cosa,
Seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
Ya que a su paso el gato del rabino
Se escondía. (Ese gato no está en Scholem
Pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
Las devociones de su Dios copiaba
O, estúpido y sonriente, se ahuecaba
En cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
Y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
Pude engendrar este penoso hijo
Y la inacción dejé, que es la cordura?

¿Por qué di en agregar a la infinita
Serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
Madeja que en lo eterno se devana,
Di otra causa, otro efecto y otra cuita?

En la hora de angustia y de luz vaga,
En su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

05 abril, 2010

¿Círculos o cuadrados?


"Sigue al número nueve" me dijeron, pero yo no lo vi muy claro. "No", le contesté, "no voy a seguir al número nueve, ¿porqué tendría que hacerlo?". Las voces siguieron repitiendo la misma frase una y otra vez, a las que una y otra vez recibían la misma respuesta. No. No voy a seguir al número nueve porque si, tan sólo dadme una razón, por estúpida que sea.

De esta forma el número nueve se marchó con la pequeña comitiva tras de si. Y del mismo modo en que salió el número nueve, entraron el cinco, el cuatro, el siete, el ochenta i dos... Todos los números fueron pasando ante mi, con sus seguidores desfilando orgullosos de pertenecer a su número, al Número. Y yo seguía sentada en las escaleras de la plaza, escuchando las voces que me incitaban a seguir siempre a cualquiera de los números que pasaban ante mi. "Síguelos!" insistían. "No", replicaba. Hasta que llegó un día en que las voces callaron. Simplemente desaparecieron, se esfumaron, y, mientras seguía viendo el desfile esperpéntico que los números me ofrecían, comprobé que ya no volverían nunca más. Se habían marchado con el treinta y tres.

Ahora ya no quedaban más que números que avanzaban en círculos ante mí. El pequeño espacio que yo ocupaba era sólo una parte de su recorrido, un alto en el camino, un círculo perfecto a la plaza, un círculo dentro del círculo eterno al que se condenaban. Yo no quería hacer círculos... Dejé de observar su movimiento. Tenía que pensar. No me podía quedar en aquella plaza para siempre. Cerré los ojos. ¿Cómo había llegado a aquella plaza? ¿Qué había más allá? ¿Cómo salir sin andar en círculos? Aquel mundo había sido pensado para eso, no se podía avanzar de otra manera... Abrí los ojos y vi una bolsa a mis pies. ¿Estaba allí antes? Dentro había un trozo de papel, un palo, cinta adhesiva y un rotulador. Y entonces todo empezó a fluir sin dudas y sin preguntas: cogí el trozo de papel, al que le escribí la letra "A", la pegué al palo con la cinta adhesiva, me levanté y, como si mis pies ya supieran dónde tenían que ir, empecé a caminar sobre la cuadratura del círculo.

23 febrero, 2010

Primera parte: la levedad y el peso


1. La idea del eterno retorno es misteriosa y con ello Nietzsche dejó perplejos a los demás filósofos: ¡pensar que alguna vez haya de repetirse todo tal y como los hemos vivido ya, y que incluso esa repetición haya de repetirse hasta el infinito! ¿Qué quiere decir ese mito demencial?
El mito del eterno retorno viene a decir, per negationem, que una vida que desaparece de una vez para siempre, que no retorna, es como una sombra, carece de peso, está muerta de antemano y, si ha sido horrorosa, bella, elevada, ese horror, esa elevación o esa belleza nada significan. No es necesario que los tengamos en cuenta, igual que una guerra entre dos Estados africanos en el siglo catorce que no cambió nada en la faz de la tierra, aunque en ella murieran, en medio de indecibles padecimientos, trescientos mil negros.
¿Cambia algo la guerra entre dos Estados africanos si se repite incontables veces en un eterno retorno?
Cambia: se convierte en un bloque que sobresale y perdura, y su estupidez será irreparable.
Si la Revolución francesa tuviera que repetirse eternamente, la historiografía francesa estaría menos orgullosa de Robespierre. Pero dado que habla de algo que ya no volverá a ocurrir, los años sangrientos se convierten en meras palabras, en teorías, en discusiones, se vuelven más ligeros que una pluma, no dan miedo. Hay una diferencia infinita entre el Robespierre que apareció sólo una vez en la historia y un Robespierre que volviera eternamente a cortarle la cabeza la cabeza a los franceses.
Digamos, por tanto, que la idea del eterno retorno significa cierta perspectiva desde la cual las cosas parecen de un modo distinto a como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz? El crepúsculo de la desaparición lo baña todo con la magia de la nostalgia; todo, incluida la guillotina.
No hace mucho me sorprendí a mí mismo con una sensación increíble: estaba hojeando un libro sobre Hitler y al ver algunas de las fotografías me emocioné: me habían recordado el tiempo de mi infancia; la viví durante la guerra; algunos de mis parientes murieron en los campos de concentración de Hitler; ¿pero qué era su muerte en comparación con el hecho de que las fotografías de Hitler me habían recordado un tiempo pasado de mi vida, un tiempo que no volverá?
Esta reconciliación con Hitler demuestra la profunda perversión moral que va unida a un mundo basado esencialmente a la inexistencia del retorno, porque en ese mundo todo está perdonado de antemano y, por tanto, todo cínicamente permitido.

2. Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. En el mundo del eterno retorno descansa sobre cada gesto el peso de una insoportable responsabilidad. Ese es el motivo por el cual Nietzsche llamó a la idea del eterno retorno la carga más pesada (das schwerste Gewicht).
Pero si el eterno retorno es la carga más pesada, entonces nuestras vidas pueden aparecer, sobre ese telón de fondo, en toda su maravillosa levedad.
¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero en la poesía amatoria de todas las épocas la mujer desea cargar con el peso del cuerpo del hombre. La carga más pesada es por lo tanto, a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de suelo estará nuestra vida, más real y verdadera será.
Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su ser terreno, que sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan ligeros como insignificantes.
Entonces, ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?
Ese fue el interrogante que se planteó Parménides en el siglo sexto antes de Cristo. A su juicio todo el mundo estaba dividido por principios contradictorios: luz-oscuridad; sutil-tosco; calor-frío; ser-no ser. Uno de los polos era, según él, positivo (la luz, el calor, lo fino, el ser), el otro negativo. Semejante división entre los polos positivos y negativos puede parecernos puerilmente simple. Con una excepción: ¿qué es lo positivo, el peso o la levedad?
Parménides respondió: la levedad es positiva, el peso es negativo.
¿Tenía razón o no? Es una incógnita. Sólo una cosa es segura: la contradicción entre peso y levedad es la más misteriosa y equívoca de las contradicciones.

Milan Kundera, La insoportable levedad del ser.

07 febrero, 2010

EL RESTO ES HUMO, de Manuel Vicent


"Como el tiempo sólo es una emoción, imagino que al final de la vida uno podrá resumir toda su existencia en el recuerdo de un verano, de una sobremesa con los amigos, de un viaje, de un aroma, de una canción. En la vida de cualquiera hay un verano donde se cruzaron varios caminos. suele suceder al final de la adolescencia. Fue aquel verano en que uno se enamoró por primera vez o en el que se enteró de una pasado familiar que desconocía o en el que descubrió la historia de la guerra que le habían ocultado o en el que se reconoció por primera vez el propio cuerpo en medio de la naturaleza de los sentidos.
Con el tiempo la memoria se convierte en una sensación y dentro de ella sonarán hasta el final de la vida las risas de aquellas tertulias en el café o en las sobremesas de noche durante las vacaciones bajo las vacaciones. de la misma forma a uno le acompañarán siempre algunos sonidos. El más misterioso de todos era el silbido desgarrado del tren que cruzaba la campa en la oscuridad. Uno lo oía en la cama dentro del sueño y parecía que se llevaba con él todos los sueños posibles de fuga. El sonido del agua en los canalones durante los temporales de invierno, el silencio blando de la nieve, los tacones de una mujer en el callejón de un barrio duro, las voces de algunas parejas que vuelven de juerga por el pasillo del hotel, las distintas puertas que se cierran y a continuación los gemidos de una orgasmo en la habitación de al lado.
Probablemente la lectura de una libro o del estudio de una asignatura en la universidad irá unido de forma sustancial con el aroma de un guiso que llegaba de la cocina y también una canción te recordará siempre un tema de Derecho o de Anatomía. por mi parte recordaré siempre aquél verano iniciático de mi adolescencia en el hotel Voramar de Benicassim, la campana del tranvía de la Malvarrosa, el olor a pino en el jardín de Villa Valeria en el Guadarrama, la tertulias en el Café Gijón al final de la dictadura, la sobremesa con los amigos alrededor de Rafael Azcona y entre todos los viajes el que hice a Itaca. Como canta Yvie Anderson: el amor es como un cigarrillo que se quema a medida que se acerca a la boca. El resto solo es humo."

12 enero, 2010

Cuarta parte: el alma y el cuerpo


"Entró a vestirse. Estaba ante un gran espejo.
No, en su cuerpo no había nada monstruoso. No tenía bolsas colgantes bajo los hombros, sino unos pechos bastante pequeños. La madre se reía de ella porque no eran debidamente grandes, de modo que tenía complejos, de los que no se libró hasta conocer a Tomás. Pero, aunque hoy era capaz de aceptar su tamaño, le molestaban los grandes círculos demasiado oscuros que rodeaban los pezones. Si hubiera podido diseñar su propio cuerpo, tendría unos pezones poco llamativos, tiernos, que apenas atravesaran la cúpula de los pechos y que por su color apenas se diferenciaran del resto de la piel. aquella gran diana de color rojo intenso le daba la impresión de haber sido pintada por un pintor de pueblo con la pretensión de hacer arte erótico para los pobres.
Se miraba e imaginaba qué sucedería si su nariz aumentase un milímetro diario. ¿Cuántos días tardaría en cara en no parecerse a sí misma?
Y si las distintas partes de su cuerpo empezasen a aumentar y disminuir de tamaño hasta que Teresa dejase por completo de parecerse a sí misma, ¿seguiría siendo ella misma, seguiría siendo Teresa?
Claro. Aunque Teresa no se pareciese en nada a Teresa, su alma, dentro, seguiría siendo la misma y lo único que ocurriría es que observaría con asombro lo que le pasaba al cuerpo.
Pero entonces ¿qué relación hay entre Teresa y su cuerpo? ¿Tiene su cuerpo algún derecho al nombre de Teresa? Y si no tiene derecho, ¿A qué se refiere el nombre? ¿Sólo a algo incorpóreo, inmaterial?
(Estas son las preguntas que le dan vueltas en la cabeza a Teresa desde la infancia. Y es que las preguntas verdaderamente serias son aquéllas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del hombre.)
Teresa está ante el espejo como hechizada y mira su cuerpo como si fuera ajeno; ajeno y sin embargo adjudicado precisamente a ella. Aquel cuerpo no tenía fuerzas suficientes como para ser el único cuerpo en la vida de Tomás. Aquél cuerpo la había decepcionado y traicionado. ¡Hoy tuvo que estar toda la noche oliendo en su pelo el perfume del sexo de una mujer extraña!
De pronto tiene ganas de despedir a ese cuerpo como a una criada. ¡Permanecer junto a Tomás sólo como alma y que el cuerpo saliera a recorrer el mundo para comportarse allí tal como otros cuerpos femeninos se comportan con los cuerpos masculinos! Si su cuerpo no es capaz de convertirse en el único cuerpo para Tomás y si ha perdido la batalla más importante de su vida, ¡que se vaya!"

La insoportable levedad del ser, Milan Kundera.